EMOCIONES

Entre los 10 y 18 meses, hay un grupo de células en la
corteza pre-frontal racional en proceso de conectarse con las regiones que
regulan las emociones. El circuito parece convertirse en un interruptor de
control, capaz de calmar la agitación, infundiendo razón a la emoción. Quizás
cuando los padres tranquilizan al niño se está entrenando este circuito,
mediante el fortalecimiento de
las conexiones neurales que lo componen, de modo que el niño aprende cómo
calmarse por sí solo. Todo esto sucede en una etapa tan temprana que los
efectos de la crianza pueden considerarse equivocadamente como algo innato. El
estrés y las amenazas constantes también reconfiguran los circuitos de la
emoción. Estos circuitos tienen su centro en la amígdala, una pequeña
estructura en forma de almendra profundamente incrustada en el cerebro cuyo
trabajo consiste en sortear las imágenes y sonidos entrantes en busca de
contenido emocional. Según un diagrama de circuitos realizado por Joseph
LeDoux, de la Universidad de New York, los impulsos del ojo y el oído llegan a
la amígdala antes de alcanzar la neocorteza racional pensante. Si ha existido
una imagen, sonido o experiencia dolorosa en el pasado -la llegada del papá
ebrio a casa seguida de una paliza- la amígdala inunda los circuitos de
neuroquímicos antes de que el cerebro superior sepa lo que está sucediendo.
Cuando más se utilice este camino, más fácil es de estimular: el sólo recuerdo
del padre puede inducir temor. Como los circuitos pueden permanecer excitados
durante días enteros, el cerebro sigue en estado máximo de alerta. En este
estado, dice el neurocientífico Bruce Perry, del Baylor College of Medicine,
más circuitos detectan pistas no verbales -expresiones faciales, ruidos
furiosos- que advierten acerca de un peligro inminente. Como resultado, la
corteza se rezaga en desarrollo y le cuesta trabajo asimilar información
compleja, como sería una lengua.
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