sábado, 14 de septiembre de 2013

EMOCIONES
Las líneas troncales de los circuitos que controlan las emociones son configuradas antes del nacimiento. Luego, los padres toman el relevo. Quizás la influencia más fuerte es lo que el psiquiatra Daniel Stern llama armonización, es decir, cuando las personas a cargo del pequeño "sirven de espejo a los sentimientos internos del niño". Si el grito de emoción que lanza un bebé al ver un cachorro encuentra como respuesta una sonrisa y un abrazo, si su emoción cuando ve pasar un avión encuentra una emoción equivalente, los circuitos correspondientes a estas emociones se refuerzan. Parece ser que el cerebro utiliza los mismos caminos para generar una emoción que para responder a alguna. De manera que si una emoción se ve correspondida, se reforzarán las señales eléctricas y químicas que la produjeron. Pero, si las emociones encuentran repetidamente la indiferencia o una respuesta contraria -el bebé se siente orgulloso de haber construido un rascacielos con las mejores ollas de mamá, pero mamá se disgusta terriblemente- esos circuitos se confunden y no se fortalecen. La clave aquí es que "repetidamente": un solo arrebato o gesto de indiferencia no afectará a un niño de por vida. Lo que importa es el patrón, y éste puede ser muy poderoso: en uno de los estudios de Stern, un bebé cuya madre nunca equiparaba sus niveles de emoción se convirtió en una persona extremadamente pasiva, incapaz de sentir emoción o alegría. La experiencia también puede alambrar el circuito "calmante" del cerebro, como describe Daniel Goleman en su exitoso libro Inteligencia Emocional. Un padre tranquiliza suavemente a su bebé sollozante, otro lo deposita en la cuna: una madre abraza a su pequeño hijo cuando éste se raspa la rodilla, otra grita "¡es tu culpa, tonto!" Las primeras respuestas guardan armonía con elmsentimiento de angustia del niño: las otras están totalmente desincronizadas desde el punto de vista emocional. 


Entre los 10 y 18 meses, hay un grupo de células en la corteza pre-frontal racional en proceso de conectarse con las regiones que regulan las emociones. El circuito parece convertirse en un interruptor de control, capaz de calmar la agitación, infundiendo razón a la emoción. Quizás cuando los padres tranquilizan al niño se está entrenando este circuito, mediante el fortalecimiento de las conexiones neurales que lo componen, de modo que el niño aprende cómo calmarse por sí solo. Todo esto sucede en una etapa tan temprana que los efectos de la crianza pueden considerarse equivocadamente como algo innato. El estrés y las amenazas constantes también reconfiguran los circuitos de la emoción. Estos circuitos tienen su centro en la amígdala, una pequeña estructura en forma de almendra profundamente incrustada en el cerebro cuyo trabajo consiste en sortear las imágenes y sonidos entrantes en busca de contenido emocional. Según un diagrama de circuitos realizado por Joseph LeDoux, de la Universidad de New York, los impulsos del ojo y el oído llegan a la amígdala antes de alcanzar la neocorteza racional pensante. Si ha existido una imagen, sonido o experiencia dolorosa en el pasado -la llegada del papá ebrio a casa seguida de una paliza- la amígdala inunda los circuitos de neuroquímicos antes de que el cerebro superior sepa lo que está sucediendo. Cuando más se utilice este camino, más fácil es de estimular: el sólo recuerdo del padre puede inducir temor. Como los circuitos pueden permanecer excitados durante días enteros, el cerebro sigue en estado máximo de alerta. En este estado, dice el neurocientífico Bruce Perry, del Baylor College of Medicine, más circuitos detectan pistas no verbales -expresiones faciales, ruidos furiosos- que advierten acerca de un peligro inminente. Como resultado, la corteza se rezaga en desarrollo y le cuesta trabajo asimilar información compleja, como sería una lengua.

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